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Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM

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Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM Empty Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM

Mensaje  Administrador Vie Abr 30, 2010 11:41 am

Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM, con respecto al concurso Barco de Vapor y Gran Angular.

Estamos estos días leyendo originales presentados a los premios El Barco de Vapor y Gran Angular. En total, más de 500 originales que leer en tres o cuatro meses. Como cada año, con el deseo (y más que el deseo) de encontrar esas pequeñas joyas que se llevan con orgullo a un jurado, pero también abrumados por todos esos cientos de páginas.

Mientras leía anoche alguno de esos manuscritos, se me ocurrían varias recomendaciones para que un original no sea de los que apecete descartar a la primera:

1- Elige bien el título. Hay títulos que echan atrás nada más leerlos (en general, los títulos con muchos diminutivos, o que incluyen un pretendido chiste que no se entiende a la primera, o con una rima poco elaborada tipo “Pepita la mariquita” ). Evita también los que sean en exceso rimbombantes o difíciles de leer (Kjhdurjena en el planeta de Jurgfuchistierna no motiva nada) . Y procura que sea adecuado a la edad de los receptores: “Janet y la habitación de los juguetes” quizá no sea el título más adecuado para un manuscrito presentado al Gran Angular, pongamos por caso.
2- Cuida especialmente la primera frase, el primer párrafo, la primera página… La percepción del lector (sea jurado de un premio o no) va a quedar muy condicionada por ese primer contacto con tu manuscrito. Por aquello de la primera impresión. Un libro que empieza “Sonó el despertador. Alicia se levantó y, con aire aburrido, empezó a prepararse el desayuno” y que dedica el resto de la primera página a describir los objetos que hay en la habitación, consigue que no quieras pasar a la segunda página. Y de lo que se trata es de que el lector no quiera parar de leer.
3- Por las mismas razones que en el caso anterior, utiliza una letra legible y poco historiada, un interlineado agradable, unos márgenes generosos… En definitiva: haz que leer tu original sea cómodo. No es que vaya a ser descartado si no lo es, pero después de leer varios manuscritos seguidos, si te toca uno “confortable”, se agradece un montón. Y siempre es mejor para tu manuscrito que el lector empiece a leer en ese estado de ánimo que en el contrario.
4- Procura que no trate el mismo tema que el premio del año anterior, o que el de hace dos años. No apetece premiar dos años seguidos una novela sobre la Guerra Civil o sobre los peligros de un videojuego. Si te atreves a hacerlo, que sea porque el punto de vista o el planteamiento o la voz narrativa… o algo, es muy diferente. Entre dos novelas igualmente buenas, el jurado se inclinará por la que no repite. Todos agradecemos la variedad.
5- En esa misma línea, intenta que el manuscrito tenga cierta novedad (en lo formal, en el contenido, en la estructura de la historia, en el punto de vista…): un libro que habla de un chaval de ciudad que va a pasar el verano en el campo en contra de su voluntad y termina descubriendo que la vida rural tiene muchos encantos… tiene que presentar algún aspecto muy novedoso para ser considerada. Y sí, es cierto que cualquier tema ha sido tratado mil veces, pero encuentra ese plus que lo haga diferente.

Ya, ya sé que son consejos demasiado evidentes, pero los autores de más de la mitad de los cientos de manuscritos que se presentan cada año, no los aplican. De verdad.


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Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM Empty Re: Consejos de Elsa Aguiar, editora de SM

Mensaje  Marzo Sáb Jul 02, 2011 1:14 pm

Añado otras citaciones de Elsa Aguilar que creo que seran utiles para todos nosotros (tambien sacado del foro de LGG).

Después de verano se ha cerrado el plazo de presentación de originales de varios premios de LIJ y al hilo de esto, hablábamos el otro día varios colegas acerca del proceso de “búsqueda y captura” de originales candidatos a ganadores de un premio de estas características. ¿Qué se busca cuándo se busca un premio? nos preguntábamos.
Evidentemente, la respuesta no es única: la prueba es que un mismo original puede pasar desapercibido en un concurso y resultar vencedor en otro.
Aunque la respuesta que, casi seguro, se nos viene primero a la cabeza es que un premio debe ganarlo la mejor novela de las que se hayan presentado.
Sí, ¿no?
En eso podríamos estar todos (o casi) de acuerdo. Pero ¿y si profundizamos un poco?
¿La mejor? La mejor ¿quiere decir la mejor escrita formalmente hablando? ¿O la que presenta un vocabulario más rico? ¿O la de trama mejor construida? ¿Quizá la que presenta la visión del mundo más “edificante”? ¿La mejor en cuanto al dibujo de personajes? ¿O a la que mejor se adapta a un público infantil?
Como parece que por aquí nos metemos en un callejón sin mucha salida, quizá nos convenga llegar a un compromiso diciendo que debe ganar la que mejor equilibre todos esos factores: suficientemente buena escritura, suficientemente buena trama, suficientemente buena construcción, suficientemente buen dibujo de los personajes, suficientemente buen vocabulario, suficientemente buena adaptación al público al que se dirige…
Lo malo de tanto equilibrio es que casi siempre se traduce en una medianía que termina convirtiendo una novela en mediocre.
Así pues, tras un rato de charla, continuamos casi igual que al principio, porque otras respuestas, como “la que el jurado considere la mejor”, “la más original” o “la menos mala”… se revelan enseguida como igualmente endebles o discutibles.
Así que, dado que, en el fondo, la pregunta subyacente es qué se le pide a la novela ganadora de un premio cuando se forma parte de un jurado, quizá lo mejor sea dejar la charla y pasar a la introspección, que seguro que nos lleva a conclusiones muy subjetivas, pero conclusiones al fin y al cabo.
Está claro que a la novela ganadora se le pide que sea “suficientemente buena” y perdón por la autocita. Está claro que esta es una condición necesaria, pero sin duda, no suficiente. Así que, debe de haber algo más para que una sea la premiada. Algo que la hace destacar sobre las demás, algo que la diferencia del resto, que la eleva y que, de una forma u otra, cautiva al lector. Ese algo más funciona, al final como una especie de bandera que la novela agita delante de tus ojos, ¿En qué consiste esa bandera? Pues, pensándolo bien, en algo que desafíe y desequilibre ese concepto tan plano de lo “suficientemente bueno”: estamos hablando de cierta desmesura, de un exceso deliberado en alguno de los ingredientes: una visión del mundo diferente, rompedora y sorprendente; un tema que sale de lo normal y por tanto, descoloca; una escritura tan rica y cuidada que casi resulta un desperdicio; una estructura retadora y compleja…
Cualquier cosa, al fin y al cabo, que reviente las expectativas.
Como no me atrevería a hacerlo con los premios de otros jurados, pruebo a hacer el ejercicio con algunos de los títulos que han resultado premiados en jurados de los que yo he formado parte.
Por ejemplo, recuerdo cómo sorprende el tratamiento de la música como tema en El síndrome Mozart (premio Gran Angular 2003), de Gonzalo Moure, pero también lo chocante de la estructura, que intercala la primera y la tercera persona en la narración.
O por ejemplo la sensación de incredulidad por el atrevimiento formal y temático de Calvina, de Carlo Frabetti (premio El Barco de Vapor 2007)
O la brilllantez lingüística y la ternura desbordada de El salvaje, de Antoni Garcia Llorca, (premio Gran Angular 2009) o el posicionamiento ideológico que supone Ojo de nube, de Ricardo Gómez (premio el Barco de Vapor 2006), el fresco sentido del humor de Se vende mamá de Care Santos (premio El Barco de Vapor 2009), o la magnífica construcción de la trama de Donde surgen las sombras, de David Lozano (premio Gran Angular 2006), por citar solo algunos de los que tengo un perfecto recuerdo de los motivos que les llevaron a ganar el premio.
En el fondo, se trata de eso: las novelas que dejan huella, que significan algo para nosotros (y un jurado que otorga un premio aspira a eso, a premiar una novela que sea significativa para los niños y jóvenes que la lean) son novelas que destacan por algo, que desarrollan al menos uno de sus rasgos de una forma casi excesiva y que podría parecer innecesaria.
Normalmente no somos capaces de recordar todos los ingredientes de una novela, sino solo un rasgo, aquel que pasó a ser EL rasgo característico de esa novela: el humor, un personaje inolvidable, una trama especialmente bien trabada, la mirada del autor….
Porque gracias a ese rasgo concreto y desmesurado, una novela se distancia de todas las demás, se instala en nuestro cerebro y deja allí una huella que representa todo lo que nos aportó la lectura de esa novela.
Suerte con la búsqueda a todos los premios. Y por supuesto, suerte a todos los presentados.

El otro día, en la rueda de prensa de los premios El Barco de Vapor y Gran Angular, me llamó la atención que, cuando los periodistas preguntaban por los “valores” que tenían los libros ganadores, los autores sentían la necesidad de aclarar rápidamente que sus libros “no tienen valores”. Y no es la primera vez que veo algo así.

Me ha dado mucho que pensar, porque, claro, ¿qué autor afirma, sin más, que su libro no tiene valores si entendemos la palabra “valores” como la define el diccionario?

“Principios morales, ideológicos o de otro tipo que guían el comportamiento personal (Diccionario CLAVE) o incluso: “ Cualidades que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables.” (Diciconario de la RAE).

La cuestión está, sin duda, en las connotaciones negativas de las que se ha ido tiñendo la palabra “valores” tras su paso por aquellos “valores transversales” y por todo lo que les ha seguido: los currículos escolares, las selecciones bienintencionadas y las lecturas dirigidas. Y sobre todo, en la saturación que nos produce a todos ese continuo runrún de la solidaridad, la coeducación, el cuidado del medioambiente o la cultura de la paz. Que no es que no sean, en sí mismos, temas importantes y por los que cualquiera está dispuesto a trabajar, sino que estamos un poco estragados de tanto oírlos y tanto hacerlos evidentes.

A pesar de esto, yo sigo diciendo que me interesan los libros con valores. Aunque la afirmación haga que le salgan granos a más de uno.

Busco libros que conciban el yo como algo que está en permanente construcción. Y lo considero un valor.

Me gustan los libros en los que el humor contribuye a destapar y enfrentar las contradicciones de las personas y de la sociedad. Y lo considero un valor.

Me interesan los libros que disponen a la acción. Y lo considero un valor.

Siento imprescindibles los libros que ayudan a reconocer las deficiencias de las estructuras sociales y animan a trabajar de forma no violenta para cambiarlas. Y lo considero un valor.

Necesito los libros en los que hay una búsqueda de sentido a la existencia, al margen de que sea el sentido de un autor concreto y no necesariamente el mío. Y lo considero un valor.

Un libro con valores no es necesariamente un libro políticamente correcto. Basta un libro en el que el autor deposite su visión apasionada sobre las cosas que hacen que la vida merezca la pena.

Me resulta curioso que tanta gente se sorprenda (e incluso se indigne) porque los escritores profesionales ganan premios literarios. Me resulta muy curioso, porque en cambio, nadie se extraña de que el Roland Garros lo gane Nadal o de que el Óscar al mejor actor se lo lleve Bardem.

No resulta fácil competir con ellos debido a que llevan mucho tiempo haciendo su trabajo, conocen bien los fundamentos de lo que hacen y los manejan con maestría. Y por tanto, lo que hacen lo hacen muy bien (casi siempre).

Ahora, eso sí, es importante no olvidar que los escritores (como los tenistas o los actores) que hoy son profesionales, no lo han sido siempre. Y que solo con mucho trabajo y mucha perseverancia han conseguido estar donde están. Es muy facilón pensar que “seguro que conocen a alguien” o que “algo” les ha facilitado la tarea. Que no.


Que abrirse camino es igual de difícil para todos, y a nadie (o a casi nadie) le regalan nada. Un ejemplo: una autora como Laura Gallego. Con más de veinte libros publicados y siendo una de las autoras más leídas en todo el mundo, resulta fácil olvidar que la primera novela que publicó fue el manuscrito con el que ganó el premio El Barco de Vapor. Y no solo eso, sino que antes había escrito otras trece novelas (y seguro que más de una estuvo en algún concurso) sin recibir ningún premio. Laura, para entonces, ya era una escritora y ese título no se lo había regalado nadie: se lo había ganado ella a fuerza de seguir escribiendo incansablemente hasta conseguir su meta.

Podemos concretar un poco más. ¿Es normal que un Jordi Sierra i Fabra haya ganado el premio El Barco de Vapor? ¿Es normal que una Care Santos lo ganara el año pasado? ¿O que Maite Carranza haya ganado el Edebé y Daniel Nesquens el Anaya?

Desde mi punto de vista, no tiene nada de extraño. ¿Que por qué? Pues porque todos ellos escriben muy bien, lo hacen desde hace mucho tiempo, se han peleado con cientos de páginas y con decenas de comienzos, han tirado a la basura mucho trabajo ya hecho, conocen técnicas para jugar con distintos puntos de vista en la narración, saben cómo evitar que se vean las costuras de la historia…, entre otras muchas cosas. Y las novelas que presentaron a los respectivos concursos eran muy buenas.

Por otro lado, el hecho de que un escritor como Jordi haya tardado como poco, y que él recuerde, al menos ¡diez! convocatorias en conseguir ganar un premio El Barco de Vapor (de los demás autores no solemos conocer ese dato, pero Jordi tuvo la elegante humildad de comentarlo al recoger el premio) indica:

•Primero: que los autores, por muy profesionales que sean, no siempre ganan los concursos a los que se presentan.
•Y ssegundo: que, al menos “este” escritor profesional tiene mucha perseverancia y no se rinde.
Probablemente la perseverancia es también un rasgo de los escritores profesionales. Un escritor profesional como Jordi se presenta nueve veces a un concurso y no lo gana. ¿Y qué hace? Se presenta una décima vez. Eso es un profesional.

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